Imamato

Se llama Imamato a la gestión de asuntos temporales y espirituales de la sociedad islámica; la persona que se encarga de esta gestión, que guía la comunidad musulmana, es denominada Imam. Para los Shiítas, tras la muerte del Profeta, un Imam fue designado por Dios para defender y preservar los principios de la fe y guiar a las gentes en el camino recto.

Cualquiera que aborde, sin prejuzgar, el estudio de las ciencias islámicas y busque exponer un parecer objetivo y bien fundado, reconoce el Imamato como uno de los principios de la doctrina islámica; el Señor Todopoderoso, en ciertos versículos relativos a la organización de su religión, se refiere a esta noción de

El Profeta designa su sucesor

Sobre la cuestión de la uilayah y de la administración de los asuntos de los creyentes, el noble Profeta (B.P.D.) no se ha contentado en tener propósitos evasivos; al contrario, desde los primeros días de su llamada, ha evocado claramente esta cuestión con aquellas de la Unicidad Divina (tauhid) y de la profecía (nubuuah), designando a Alí (P.) para sucederle como uali, es decir, como tutor y administrador de la comunidad islámica.

Según un escrito relatado (por los sunnitas y shiítas), el Profeta habría reunido a sus parientes el primer día de su misión profética; en el curso de esta reunión inicial, habría designado también a su sucesor y vicario. Alí (P.) Amir al-Mumínín (P.). Siguiendo una tradición bien conocida, algunos días antes de su muerte, Muhammad (B.P.D.) habría levantado la mano de su yerno Alí (P.) delante de ciento veinte mil peregrinos y habría declarado a los asistentes:

«Alí tiene un derecho de tutela y de administración parecido al mío; el administrará a quien yo administro.»

Además, hay que hacer notar que el noble Profeta (B.P.D.), había enumerado y designado los guías que debían sucederle y que debían administrar la comunidad islámica. De acuerdo a una célebre tradición, relatada a la vez por los shiítas y los sunnitas, el Profeta había declarado: «Los Imames son en número de doce, y pertenecen todos al clan de los Quraish.» Siguiendo otro escrito, el Enviado de Dios había dicho a Jaber Ansari, que «los Imames son en número de doce» y les habría nombrado, uno por uno, antes de declarar: «cuando veas al quinto Imam, transmítele mi saludo».

Habiendo el noble Profeta designado él mismo a su sucesor, Alí (P.) el Comandante de los creyentes, todos los Imames han hecho lo propio.

De la infalibilidad del Imam

Se deduce de los propósitos precedentes que el Imam, a instancia del Profeta, debe ser infalible, protegido del menor pecado; sin esta infalibilidad, la misión religiosa permanecería incompleta y la guía Divina perdería su eficacia.

Las virtudes morales del Imam

El Imam debe poseer las virtudes morales, tales como el coraje, la audacia, la pureza, la generosidad y la justicia; pues, solamente aquel que está protegido del pecado, puede regir todas las leyes religiosas. La moral es una necesidad de la religión, y el Imam debe poseer las cualidades morales superiores a los otros creyentes; sino, ello sería contrario a la Justicia Divina en cuanto a que el jefe de la comunidad no dispone las virtudes necesarias en la administración de los hombres y de las cosas.  


LOS CATORCE INFALIBLES

Se nombran así al noble Profeta (B.P.D.), su querida hija Fátima (S.A.) y a los doce Imames (P.). Entre estos catorce, cinco (Muhammad, Alí, Fátima, Hassan y Hussein) son llamados los «compañeros del manto» (ashab Kassá), pues un día, el Profeta los reunió bajo un manto y rogó por ellos: el Señor Todopoderoso reveló a su intención:

«¡Oh vosotros, las gentes de la Casa! Dios quiere solamente alejar de vosotros toda mancha y purificaros totalmente»

                                                             (Corán 33: 3)


LOS DOCE IMAMES

Se cuentan en número de doce, los guías o sucesores del Noble Profeta  Muhammad (B.P.D.):

1.   Imam Alí Ibn Abi Talib Amir al-Mu’minín

2.   Imam Hasan al-Muytaba.

3.   Imam Husein Seiid ash-Shuhadá.

4.   Imam Alí as-Sayyad.

5.   Imam Muhammad al-Baqir.

6.   Imam Ya’far as-Sadiq.

7.   lmam Musa al-Kadhim.

8.   Imam Alí ar-Rida.

9.   Imam Muhammad at-Taqi.

10. Imam Alí an-Naqi.

11. Imam Hasan al-Askari.

12. Imam Muhammad al-Mahdi.                 

(Las Paz y Bendiones de Allah sean con todos ellos)  


 IMAM ALI (P.)

El Imam Alí Ibn Abi Talib, Comandante de los creyentes, ha sido elevado desde la infancia por el Profeta (B.P.D.); como su sombra, ha acompañado a éste último en todas partes, y esto, hasta su muerte, puesto que fue él quien lo enterró.

Alí es una personalidad reconocida universalmente. Se puede decir, aún, que ninguna otra personalidad como él, ha sido objeto de tantas discusiones y debates. Los sabios, los escritores musulmanes (sunnitas y shiítas) y los no musulmanes, han escrito más de un millar de libros acerca de su personalidad. Aún cuando partidarios y enemigos de Alí han debatido largamente a su respecto, ninguno le ha encontrado el menor defecto, todos han reconocido su fe ardiente, su valentía, su pureza, su justicia y sus eminentes cualidades. Por otra parte, Alí no conocía más que la virtud y la perfección...

La historia atestigua que entre los dirigentes que han sucedido al noble Profeta, Alí (P.) es el único gobernante de la sociedad islámica que lo ha realizado de la misma manera que Muhammad (B.P.D.); ha continuado el método del Profeta sin desviarse una pulgada del camino recto, aplicando con idéntico rigor las prescripciones y reglas islámicas; así, Alí (P.) es el único dirigente cuya conducta ha sido conforme a la de Muhammad (B.P.D.).

Cuando se quiso designar al sucesor del segundo califa, un consejo de seis personas fue constituido por orden de Umar. Tras un largo debate, el consejo que vacilaba entre Uzmán y Alí, propuso el califato a Alí con la condición de que éste aceptara adoptar «la conducta de los dos primeros Califas».  El Imam Alí rechazó el ofrecimiento diciendo: «No me excederé en mis convicciones y mi ciencia». Uzmán, que aceptó las condiciones, se atribuyó el califato.

Alí no tenía igual entre los compañeros del Profeta, tanto por su espíritu de sacrificio, como por su abnegación. No se puede negar, que sin este guía luminoso del Islam, los incrédulos y los asociadores habrían extinguido fácilmente la luz de la Profecía; igualmente en la vigilia de la hégira, como en las batallas de Badr, Uhud, Handaq, Jaybar y de Hunein, los enemigos de Muhammad (B.P.D.) habrían derribado la bandera del Islam, si Alí (P.) no se lo hubiera impedido.

Alí llevó una vida muy simple, tanto cuando vivía el Profeta como cuando accedió a la dignidad de Califa. Durante su califato ejemplar, se condujo como los más humildes; comiendo, vistiéndose y viviendo sin ostentación ni fastuosidad, este califa rechazó todo privilegio y ventaja. Alí dijo: «El gobernador de una sociedad debe vivir de forma que los desheredados no le envidien, y encuentren en él consuelo y sosiego». Cuando el Comandante de los creyentes murió mártir, no poseía más que setecientos dinares; este poco, debía retribuir al empleado de casa que Imam Alí había considerado contratar.

Alí trabajaba para vivir. Se ocupaba particularmente del cruce de los canales subterráneos de irrigación, de la agricultura y la arboricultura. Todos los ingresos que le reportaban su trabajo, todo lo que ganó en los campos de batalla, Alí lo repartió entre los pobres; e hizo lo propio en los dominios que él había fertilizado, consagrados a donaciones generosas, a obras piadosas. Un año, en el curso de su califato, Alí ordenó que se le llevara, antes de repartirla, la cantidad destinada a sus donaciones piadosas; el monto alcanzaba la suma de 24000 dinares de oro.

En todas las guerras que participó Imam Alí, éste tomó ventaja sobre sus adversarios, sin jamás batirse en retirada. El decía: «ciertamente si todos los árabes se dispusieran a atacarme, no sentiría miedo y me glorificaría».

Con su asombroso coraje, sin par en la historia, el Imam Alí no careció de dulzura, de generosidad, de benevolencia: en el transcurso de su combates; jamás mató a mujeres o heridos; no tomaba prisioneros y no perseguía a los fugitivos;

Cuando la batalla de Siffín, las tropas de Muauuia ocuparon el puente de agua de Ferat impidiendo así que las tropas de Alí (P.) pudieran aplacar la sed; Alí (P.) tomó, tras una sangrienta lucha, el puente de agua y ordenó dejar libre su acceso al enemigo.

Durante su califato, recibía a todo el mundo con amabilidad, sin intermediario ni portero; circulaba solo en la ciudad, alentando a la gente a la piedad, impidiéndoles abusar u oprimir a su prójimo; ayudaba a los indigentes y a las viudas, aportándoles su sostén de forma discreta; recogía a los huérfanos y se ocupaba personalmente de sus necesidades  y de su educación.

El Imam Alí estimaba muy particularmente la ciencia y el saber; se interesó especialmente en la difusión de la instrucción y decía: «la ignorancia es el peor de los males». Durante los preparativos de la batalla de Jamal, un árabe, saliéndose de su fila, preguntó a Alí, Comandante de los creyentes, el significado de la Unicidad Divina (tauhid). Teniendo en cuenta las circunstancias, todo el mundo le disputó su falta de oportunidad, pero Imam Alí, defendiendo al soldado dijo: «Luchamos con el pueblo para revivir estas verda­des a éste», y, pasando revista a sus tropas, explicó con elocuencia al árabe la cuestión de la Unicidad Divina.

Se relatan ejemplos semejantes que confirman la disciplina religiosa y la fuerza moral excepcional de Alí: así, en la batalla de Siffín, cuando ambos ejércitos se enfrentaron en el tumulto y la sangre, Alí quiso beber para reponer su aliento; uno de sus soldados le acercó enseguida una escudilla de madera que tenía una fisura. El Imam, remarcando el hecho, declaró: «El Islam reprueba beber en un recipiente así». El soldado respondió que en aquellas circunstancias de cruenta batalla, donde llovían los golpes y las flechas, era difícil preocuparse de estas cosas menores. Alí le corrigió: «Luchamos para aplicar estas reglas religiosas; has reglas son las reglas, ninguna es de orden menor».

Recordemos que el Imam Alí es la primera personalidad, después del Profeta, que intervino en las cuestiones de orden científico; ha expresado libremente su punto de vista filosófico sobre estas cuestiones, formulando igualmente, numerosas expresiones y términos científicos. Es más, para preservar el glorioso Corán contra toda desviación y desnaturalización, estableció las reglas de la gramática árabe (la ciencia de la sintaxis). Los conocimientos científicos, teológicos, morales, socio-políticos así como matemáticos, se encuentran en los diversos discursos, cartas y dichos de Imam Alí, revelándose sorprendentes y prodigiosos. Para los Musulmanes, como lo atestiguan sus textos y sentencias, Alí es aquél que realiza al más alto nivel los objetivos supremos del Corán, y la enseñanza ideológica y práctica del Islam; combinando juiciosamente el sa­ber y la práctica, ha justificado la justicia del hadiz del Profeta:

«Yo soy la ciudad de la ciencia y Alí es la puerta de esta ciudad.»

Para resumir, se puede decir que jamás se podrá rendir el homenaje que merece esta personalidad única; tanto en las virtudes como en las cualidades eminentes del Comandante de los creyentes resultan innumerables. Jamás un personaje ha atraído tanto la atención de los pensadores y sabios del mundo.  


FATIMA LA SINCERA (S.A)

Fátima fue la hija más querida del Profeta: su instrucción, en fe, su piedad, su buen carácter, y sus virtudes, habían ganado la estima y el corazón de su ilustre padre. Además, el saber y la devoción ejemplares de Fátima, le valieron el sobrenombre de Saidatun-Nissá, es decir, Muhammad la llamaba «la dama de las mujeres».

El noble Profeta decía: «La felicidad de Fátima es mi felicidad, y mi felidad es la felicidad de Allah; la ira de Fátima es mi ira, y mi ira es la ira de Allah.»

La gran dama del Islam, Jadiya al-Kubra dio a luz a Fátima en el año seis de la Misión Profética (Al-Bi’zat al-Nabauiíah). En el segundo año de la hégira se casó con el Imam Alí, el Comandante de los creyentes. Tres meses después de la muerte de su noble padre, falleció ella también.

Constantemente, en el transcurso de su vida, Fátimah prefirió la satisfacción de Allah a su propia felicidad; se ocupaba de la educación de sus hijos y de los trabajos domésticos: un día de cada dos arreglaba ella misma la casa, relevando así a su ayudante en las tareas cotidianas. Pasaba el resto de su tiempo resolviendo los problemas de los Musulmanes, orando y meditando. Fátima gastaba sus bienes personales —especialmente, aquellos de su rica propiedad de Fadak (ciudad situada cerca de Jaybar)— en el ca­mino del Señor, reservándose solamente lo estrictamente necesario para vivir; ella llegaba a dar a los pobres e indigentes su propio pan. El discurso detallado y fundado que Fátima pronunció en la mezquita del Profeta —a los compañeros de Muhammad y un grupo de Musulmanes— en relación al decomiso de Fadak ordenado por el primer Califa, así como otros sujetos que ella expuso en otras ocasiones, muestran su grandiosidad de espíritu, su dignidad, su valentía, y su tenacidad ejemplar.

Fátima, la hija querida del noble Profeta, la esposa de Alí, Amir al-Mu’minin, es la madre de los once Imames o guías del Islam; la línea del Profeta desciende de ella y únicamente de ella.

Conforme al texto explícito del Sagrado Corán, Fátimah es dotada de la condición de ‘Ismah (infa­lible).

 


 

IMAM HASAN (P.) E IMAM HUSEIN (P.)

Estas dos  veneradas personas son los hijos de Alí (P.) y de Fátima (S.A.). Se relata que el noble Profeta estaba muy unido a sus dos nietos y no podía soportar que se les hiciera el menor mal, declarando: «Mis dos niños son los Imames, los guías que permanecen en pie o sentados». Muhammad (B.P.D.) quiso dar a entender con esto, que Hasan (P.) y Husein (P.) seguirían siendo los guías de la comunidad aunque ellos no ostentasen el poder. El Profeta añadió: «Hassan y Husein comandan los jóvenes del Paraíso ».

El Imam Hasan (P.) fue escogido, según el testamento de su digno padre, como Califa y las gentes fueron a prestarle juramento de fidelidad. Durante cerca de seis meses, gobernó los países islámicos —excepto Egipto y Siria donde Muawiya había impuesto su poder—, a instancias de su venerable padre. En el curso de este período, el Imam Hasan (P.) se aprestó con su ejército a abortar la revuelta de Muawiya; pero, constatando que las gentes habían sido seducidas por Muawiya y cuando sus propios generales habían tomado contacto con este último —con el fin de preparar su arresto o su ejecución—, aceptó tratar la paz con él. El Imam Hasan (P.) había concluido una paz condicional, pero Muawiya no mantuvo su palabra:

Tras haber firmado el tratado de paz, se dirigió a Irak y subido al púlpito público declaró a los creyentes reunidos: «Yo no combato para que cumpláis la oración o el ayuno; simplemente quiero gobernaros ahora que he venido; no respetaré mis compromisos con Hasan».

Después de esta paz impuesta, el Imam Hasan (P.) vivió casi nueve años y medio bajo el dominio de Muawiya; en estas condiciones difíciles y en la inseguridad, el Imam fue finalmente envenenado por su esposa (Ja’deh) siguiendo las tramas de Muawiya.

Tras el martirio del Imam Hasan (P.), su hermano Husein (P.) le sucedió; esta sucesión, conforme a las prescripciones divinas y a la voluntad del Imam Hasan (P.), confirió al Imam Husein (P.) la dirección política y espiritual de la comunidad; pero la situación era semejante a la de la época precedente, es decir que, Muawiya detentaba todos los poderes y reprimía toda oposición. Tras nueve años y medio de califato —de hecho, de poder monárquico—, Muawiya murió, dejando el poder a su hijo Yazid.

Contrariamente a su astuto padre, Yazid era un hombre joven lleno de arrogancia, abandonado a la perversión y a los placeres. Cuando se amparó de las riendas del poder, ordenó al gobernador de Medina hacerle llegar el juramento de fidelidad del Imam Husein (P.) o la cabeza de este último; el gobernador lo anunció al Imam, pero éste, pretextando un período de reflexión, escapó con los suyos en plena noche. En dirección a La Meca, se refugió con sus partidarios en el recinto sagrado, asilo oficial del Islam. Sin embargo, después de algunos meses, comprendió que Yazid le mataría si rechazaba prestar juramento; también, en el curso de este período, miles de cartas de apoyo le habían sido enviadas desde Iraq, dando coraje al movimiento antidespótico dirigido por el Imam Husein (P.) contra los Omeyas.

Consciente de la situación —y sabiendo que el movimiento de resistencia al poder tiránico no podría tener éxito—, el Imam no quiso reconocer el califato de Yazid, y se preparó para partir y a morir con los suyos; en el desierto de Kárbala, entre La Meca y Kufa (a unos setenta kilómetros de ésta ciudad), las tropas de Yazid se opusieron a la marcha del Imam Husein (P.). En el curso de esta ruta, éste último había llamado a los creyentes a seguirle, aún indicándoles que iban, de hecho, al frente de la muerte; así, cuando los miles de soldados de Yazid rodearon al Imam, el no contaba en sus costados, más que aquellos que estaban dispuestos a sacrificarse en cuerpo y alma.

Después de impedirles el agua, Yazid pidió una última vez al Imam reconocer su soberanía; ante el rechazo categórico del Imam Husein (P.), el cruel califa ordenó a sus tropas cargar contra el pequeño grupo de resistentes; durante toda la jornada, el Imam, sus hijos, sus hermanos, sus primos, sus sobrinos y sus compañeros, combatieron valientemente las jaurías de Yazid. A la puesta del sol sucumbieron en número, y al anochecer, cerca de setenta mártires esparcían en campo de batalla. Solamente el querido hijo del Imam Husein (P.), el Iman Sayad (P.), sobrevivió a esta horrible carnicería: por enfermedad, no pudo combatir contra el sanguinario Yazid.

El ejército de Yazid se apoderó de los bienes del Imam mártir, y con éste botín, cogió como prisioneros de guerra a los parientes del Imam Husein (P.)—y las cabezas decapitadas de los mártires de Kárbala—, llevándolos a Kufa, en Siria.

En el curso de su cautiverio, el Imam Sayyad (P.) —en un sermón pronunciado en Siria—, y la ilustre dama Zaynab (S.A.) —con sus discursos pronunciados en las reuniones públicas de Kufa, en casa de Ibn Ziad el gobernador de esta ciudad y ante Yazid en Siria—, hicieron resplandecer la verdad al gran día, revelando a los ojos del mundo las ignominias de los Omeyas.

Este «movimiento Huseiní» que dio la sangre pura de sus hijos, que perdió sus bienes, sus mujeres, sus niños, con el fin de oponerse al arbitrio, al despotismo y al libertinaje, debe ser considerado como un evento excepcional, sin par en la historia de la humanidad. Se puede decir, sin la menor duda, que el Islam existe gracias al drama de Kárbala; sin el martirio del Imam Husein (P.) y de sus fieles, el poder Omeya no habría dejado subsistir nada de la religión del noble Profeta.


IMAM ALI AS-SAYYAD

El método que aplicó este Imam en el curso de su Imamato tomó dos formas distintas, pero en conjunto, fue conforme al de sus predecesores. Efectivamente, el Imam (P.) había acompañado a su digno padre a Kárbala y asistido a su martirio; hecho prisionero, le condujeron a Kufa en Siria, y durante su cautiverio no disimuló nunca sus opiniones, proclamando sin temor la verdad divina. Cuando la ocasión fue favorable, tomó la palabra ante los creyentes para defender la legitimidad de la familia del Profeta, evocar sus nobles virtudes, demostrar la inocencia de su padre mártir y víctima de la crueldad de los Omeyas. Sus emotivas intervenciones trastornaron los auditorios que tomaban conciencia de los crímenes perpetrados por los enemigos de la «gente de la Casa». Cuando terminó su cautiverio, el Imam Sayyad (P.) volvió a Medina y escogió llevar una vida calmada, enteramente consagrada al culto del Señor. Pasaba su tiempo orando o instruyendo a los Musulmanes en las ciencias religiosas, rechazando todo contacto inútil con el mundo exterior. Esta actitud la mantuvo durante cerca de treinta y cinco años el Imam Sayyad (P.) que, de esta forma, —directa o indirectamente— instruyó a numerosos grupos de creyentes en la verdad islámica. Nada como las oraciones que el Imam recitaba volcado a su Señor y confiándose a El, constituyen una suma completa de conocimientos islámicos. Estas oraciones han sido reagrupadas en una obra titulada «Sahifé al-Sayyadí» o «Libro de Sayyad».


IMAM MUHAMMAD AL-BAQIR (P.)

Durante el Imamato de Muhammad al-Baqir (P.), las condiciones generales hicieron posible una cierta difusión de las ciencias religiosas. De hecho, como continuación a la presión de los Omeyas, los hadices de «Ahl-ul Bait» (gente de la Casa) se habían perdido; no quedaban más que quinientos hadices relatados por los compañeros del Profeta, cuando para estar verdaderamente seguro de una decisión, se debe apoyar en los miles de relatos atribuidos al Enviado de Dios. Dicho de otra manera, si tras el drama de Kárbala y los esfuerzos mantenidos por el Imam Sayyad se había podido formar una numerosa comunidad shiíta, el derecho islámico se había empobrecido y había que remediar esta carencia. Aprovechando las contradicciones aparecidas en el seno de la monarquía Omeya, así como la incapacidad de la clase gobernante, el quinto Imam (P.) se consagró en la difusión de las ciencias y el derecho islámico, formando a una multitud de sabios en su escuela.


IMAM YA'FAR AS-SADIQ (P.)

Durante el período del sexto Imam, las condiciones de difusión de las ciencias islámicas fueron aún más propicias; efectivamente, tras los esfuerzos de publicación de los hadices del Imam Muhammad al-Baqir (P.) y de sus alumnos, la gente había tomado conciencia de sus necesidades en conocimiento islámico y esperaban otros «relatos» concernientes a la «gente de la Casa». Además, la dinastía Omeya sería derribada; la dinastía Abasida que no estaba aún establecida, buscaba el apoyo de las «Ahl-ul Bait» y de sus partidarios; para obtener el poder, los Abasidas preferían tomar partido por los mártires de Kárbala.

El Imam Ya’far (P.) difundió las ciencias religiosas y publicó textos islámicos. Los doctos y sabios venían de todas las partes del mundo para cuestionarle en relación a las ciencias islámicas, a la historia de los profetas, de los Imames, de la filosofía, de la elocuencia, etc. Discutía con las diversas categorías sociales, y dialogaba con los representantes de las diferentes naciones y religiones.

El Imam Ja’far (P.) educó a numerosos creyentes y formó a múltiples alumnos; los cientos de libros reuniendo los hadices shiítas y los propósitos científicos del Imam, fueron publicados bajo el nombre de «Principios» (Usul). Aprovechando el corto respiro que le permitió la lucha entre los Omeyas y los Abasidas, el Imam Ya’far (P.) dedicó su tiempo a la educación de los Musulmanes y a la formación de especialistas de las ciencias religiosas: más de cuatro mil sabios recogieron su saber y sadiduría.

El Imam (P.) había pedido a sus alumnos expresamente, escribir los cursos que él les dispensaba. Les decía: «En períodos de problemas y anarquía, numerosas obras son destruidas; entonces necesitaréis estos libros y estos textos que serán las únicas referencias religiosas y científicas de los Musulmanes». De este modo, en sus cursos los alumnos llevaban sus plumas y su cuadernos...

Durante toda su vida y a todas horas, en secreto o en público, el Imam enseñó las verdades del Islam y llevó su saber y su cultura al alcance de todos. Para resumir, se puede decir que sus discursos y sus consejos inestimables, derribaron los muros de la ignorancia y la falsedad, fundando de nuevo la verdadera doctrina del Profeta Muhammad (B.P.D.). Por ello, se considera al sexto Imam como el fundador de la doctrina shiíta, también denominada escuela Ya’farita.

 


IMAM MUSA AL-KADHIM (P.)

Tras haber derrocado la monarquía Omeya, los Abasidas se ampararon del Califato y atacaron a los descendientes de la noble Fátima (S. A.) para aniquilar para siempre a la noble familia del Profeta. A algunos les cortaron la cabeza; otros fueron enterrados vivos —a veces en los suelos de las casas—, o torturados; quemaron la casa del sexto Imam (P.), siendo éste arrestado en numerosas ocasiones en Iraq. Así, al final del Imamato de Ya’far as-Sadiq (P.), el disimulo de has opiniones o auto-censura (taquiah) resultó muy necesario. Como este hombre vivía en una residencia vigilada, solamente la élite shiíta podía ser recibida en su casa. Finalmente, por orden del segundo califa Abasida Mansur, le envenenaron y murió mártir.

Cuando el Imam Musa al-Kadhim (P.) le sucedió en la dirección de la comunidad musulmana (ummah) , la presión del poder sobre los oponentes fue incrementada. Pero a pesar de la represión intensa y la ambiental auto-censura, el séptimo Imam difundió las ciencias religiosas y aportó a los shiítas un número importante de «relatos». Se puede decir que estos escritos relatados por el Imam Musa al-Kadhim (P.) son los más numerosos después del de los Imames quinto y sexto . Destaquemos que, a causa de la ausencia de libertad de opinión y expresión, estos relatos no han sido expresamente atribuidos al séptimo Imam (P.). Para escapar a la censura del poder Abasida, se le refiere en un lenguaje sutil, como «sabio y servidor competente» y otras frases alusivas...

El Imam Musa al-Kadhim fue contemporáneo de los cuatro califas Abasidas —Mansur, Hadi, Mehdi y Harún— los cuáles todo ellos le hicieron la vida difícil. Finalmente, Harún le hizo encarcelar, y tras años de cautiverio, hizo envenenarle en su celda.

 


IMAM ALI AR-RIDA (P.)

Cualquier observador objetivo de la época, podía constatar que, en tanto los califas opuestos a las «Ahl-ul Bait» acentuaban más sus presiones y sus torturas contra los Imames y los Shiítas, más estos últimos incrementaban sus partidarios; dicho de otra manera, la represión del califato no hacía más que revelar mejor la cara sanguinaria del poder, y reconfirmar a los oponentes su digna lucha. Este hecho, preocupaba secretamente a los califas y les hacía verdaderamente infelices.

Ma’mun, séptimo califa Abasida y contemporáneo del Imam ar-Rida (P.), había tomado las riendas del poder tras haber asesinado a su hermano Amín. Para tener la conciencia tranquila y desembarazarse de una vez por todas de los shiítas, decidió llevar una política totalmente nueva, de forma pacífica: dar el gobierno al Imam ar-Rida (P.). En efecto, la atribución del poder a éste último, permitía a Ma’mun integrar al Imam al califato corrompido, y así, mantener su reputación de guía virtuoso de la comunidad; esta desvalorzación del Imamato, base del shiísmo, tendría como consecuencia el hundimiento de toda la doctrina; es más, esta política contaba con la ventaja de neutralizar los movimientos insurgentes sucesivos de los descendientes de Fátimah (S. A.), pues, participando en el poder, éstos no intentarán derribar el régimen. Hay que añadir que una vez el Imam estaba comprometido, fue fácil para Ma’mun eliminarlo... El califa Ma’mun aplicó su plan: ofreció el gobierno al Imam ar-Rida (P.) quien, tras rechazarlo insistentemente, aceptó con la condición de no influir en los asuntos propiamente temporales (designación o destitución de los responsables) del gobierno; dicho de otra manera, el Imam ar-Rida limitó su dominio a la dirección espiritual de las personas, al diálogo entre las otras comunidades religiosas, y a la difusión de las ciencias islámicas. Pronunció admirables discursos sobre cuestiones religiosas —Ma’mun apreciaba mucho la discusiones de este tipo—, siendo considerables sus propósitos relativos a los preceptos islámicos, sobrepasando los de todos los Imames, a parte del Imam Alí, Comandante de los creyentes.

Una de las ventajas del octavo Imam (P.), fue la de haber recibido de sus parientes una multitud de hadices; advertido, se pasó a la criba de todos los «relatos» dudosos que manos mal intencionadas habían deslizado entre los relatos de la «gente de la Casa».

En el transcurso de un viaje entre Medina y Maru, emprendido para celebrar su investidura, la gente afluyó calurosamente hacia él; sobre todo en Irán donde los creyentes acudieron de todas partes —como mariposa alrededor de una vela—, para instruirse en los preceptos religiosos y en la verdad divina. Ma’mun se sorprendió al ver la acogida excepcional que le reservaron al Imam (P.) las poblaciones musulmanas; comprendió entonces, que su política no había dado los resultados que esperaba.

Así, para reparar su error, hizo envenenar al Imam ar-Rida (P.) que murió mártir. De nuevo, la política represiva de los califas contra  «Ahl-ul Bait» y los Shiítas había sido reemprendida.  


IMAM MUHAMMAD AL-YAUAD (P.), IMAM ALI AL-HADI (P.) E IMAM HASAN AL-ASKARI (P.)

El medio en el que vivieron estos tres Imames fue el mismo. Tras el martirio del Imam ar-Rida (P.), Ma’mun convocó en Bagdad al único hijo del difunto, Muhammad al-Yauad (P.). Le prodigó afecto y confort, le ofreció una residencia y le dio asimismo su hija en matrimonio. En realidad, este comportamiento tan amigable, pretendía disimular las sombras conocidas del califa Este, instalando al Imam al-Yauad (P.) junto a él y a su hija, pudo controlarlo mejor; la estancia del Imam en Samara —el Imam Alí al-Hadi (P.) y el Imam al-Askari (P.) vivieron también en esta capital de califato—, fue más bien una residencia en vigilancia.

Estos tres respetados Imames dirigieron la comunidad durante cincuenta y siete años. El número de shiítas que vivían en aquella época, en Irán, Irak y Siria era considerable después de aumentar en cientos de miles. Los relatores de hadices reconocidos son poco numerosos, pues estos tres Imames tuvieron una vida corta: el noveno Imam (P.) murió a los veinticinco años, el décimo Imam (P.) a los cuarenta, y el onceavo (P.) a los veintisiete. Estos hechos demuestran como estos ilustres guías estuvieron bajo el control del Califato, y no podían libremente ejercer sus actividades o sus deberes. A pesar de las presiones y los obstáculos, estos tres nobles Imames nos han hecho llegar y conocer los «relatos» inestimables, relativos a los preceptos islámicos y a su aplicación.


IMAM  AL-'ASR, MUHAMMAD AL-MAHDI (P)

El califato había decidido en la época del Imamato de Hasan al- Askari, eliminar por todos los medios, a su sucesor; así, pondrían fin al shiísmo. Por ello, se había redoblado la vigilancia al Imam (P.).

Cuando el Imam Zamán (P.) vino al mundo, se guardó silencio sobre su nacimiento, y hasta que no tuvo seis años nadie pudo verle, a excepción de los íntimos de su padre. Después del martirio de su padre, por orden de Dios, el Imam del tiempo (Az-Zamán) desapareció momentáneamente (pequeña Ocultación). Comunicaba con los fieles de la comunidad y resolvía sus problemas por intercesión de cuatro eminentes que tenían posibilidad de reunirse con él. Muy pronto, bajo orden del Señor, el Imam del tiempo se ausentó por un largo período (gran Ocultación), prometiendo reaparecer y salvar a los hombres el día en que la tierra sea desbordada por el mal y la opresión. Concerniente a la ausencia y a la venida de este Mesías, numerosos relatos han sido transmitidos por el noble Profeta y los Imames, tanto por los Sunnitas como por los Shiítas. Sin embargo, en vida de su padre, algunos dignatarios shiítas tuvieron el privilegio y la gratitud de ver al futuro Mesías.

Recordemos que para siempre, el mundo no puede desapegarse de la religión Divina, de su Profeta y de su Imam, esos guardianes de su pureza.